Numa Pompilio Llona
Numa Pompilio Llona
Numa Pompilio Llona nació el 5 de marzo de 1832, en Guayaquil, Ecuador.
Poeta ecuatoriano, uno de los más distinguidos representantes del tránsito del romanticismo al modernismo. Numa Pompilio Llona cursó sus primeros estudios en la ciudad colombiana de Cali (1836-1844). En 1845 se trasladó a la capital de Perú, Lima, en cuya Universidad de San Marcos siguió estudios de derecho.
En 1852 alcanzó el título de Abogado, y poco después se doctoró en Jurisprudencia y Derecho Internacional.
El gobierno peruano le designó cónsul en Francia, Italia y España. En 1864 fue nombrado Secretario del Congreso Americano reunido en Lima, y en 1880, Director del Instituto Nacional de Bellas Artes.
En 1864 se casó con Enriqueta Marchena y Bentín. En 1880 volvió a contraer matrimonio, en esta ocasión con la poetisa peruana Lastenia Larrivia y Negrón, también viuda, con quien tuvo un hijo llamado Pablo Emilio.
De regreso a Guayaquil en 1882, la Academia Ecuatoriana de la Lengua le nombró Miembro de Número. Fue rector de la Universidad de Guayaquil, y profesor de literatura de diferentes colegios. Además fue director de la Escuela de Bellas Artes y director del Colegio Vicente Rocafuerte.
Numa Pompilio Llona fue un poeta muy leído en su época; el paso del tiempo, sin embargo, terminaría relegándolo casi al olvido. El contenido filosófico de sus poemas, más o menos profundo, gozó de gran aceptación en el último tercio del siglo XIX, época que aplaudía a poetas como los españoles Ramón de Campoamor y Gaspar Núñez de Arce, cuya obra también sería olvidada con el auge del modernismo.
En esta línea filosófica y excesivamente declamatoria, en la que entretejió enigmas filosóficos con cuestiones religiosas y morales en un tono pesimista, se inscriben sus libros Los caballeros del Apocalipsis (1869), Noches de dolor en las montañas (1872) y La odisea del alma (1876); este último entusiasmó al poeta argentino Rafael Obligado, aunque quizás lo más interesante de su obra poética sean sus sonetos.
Su influencia en Ecuador, Perú, Colombia e Hispanoamérica en general como introductor de tendencias literarias en aquel entonces nuevas es innegable. En la historia de la lírica ecuatoriana, su obra representa el eslabón intermedio entre el neoclasicismo de José Joaquín Olmedo y el modernismo finisecular.
Numa Pompilio Llona falleció el 4 de abril de 1907, en Guayaquil.
Numa Pompilio Llona fue un gran escritor y exponente relacionado al Romanticismo en Ecuador ya que la manera en la que se expresaba era única, a pesar del estudio y éxito que tuvo en ese tiempo, termino en la pobreza ya en los últimos días de su vida. Ahora se lo considera uno de los grandes escritos que ha tenido Ecuador.
Noche de dolor en las montañas de Numa Pompilio Llona
A don Juan Valera
Rugió la tempestad; y yo, entretanto,
del monte al pie, la faz sobre la palma
vertiendo acerbo inextinguible llanto,
quedé en su pena, adormecida mi alma;
cuando cesó el sopor de mi quebranto,
limpio estaba el azul, el viento en calma...
¡y con asombro y amargura y duelo,
alcé mi rostro a contemplar el cielo!...
Sirio radiante sin cesar lucía;
Saturno, inmóvil, del cenit miraba
la vida universal... La Láctea Vía,
que con luz taciturna centellaba
y al orbe en ancho círculo envolvía
de brillantes escamas, semejaba
la infinita, simbólica serpiente
que se está devorando eternamente...
¡Cuánto silencio! ¡Oh Dios! ¡Cuánto reposo!
¡Y cuán honda y fatal indiferencia!
¡Cuán extraño ese todo prodigioso
es del hombre a la mísera presencia!...
¡Al comprenderlo, un pasmo doloroso
penetra y acongoja la conciencia,
y en sus abismos íntimos clarea
una tremenda e implacable idea!
Gira el mundo en el vasto firmamento
con pompa augusta y majestad suprema,
y se agita, en acorde movimiento,
de los astros sin fin el gran sistema...
¡Y el hombre pasa, alzando su lamento,
y de su propio ser con el problema!
¡Sufre y muere!... ¡y no turba su caída
el perpetuo banquete de la vida!
Ser inmenso encerrado en su egoísmo
parece el universo soberano,
o un colosal y ciego mecanismo
que gira sin cesar; ¡y el ser humano
-el que, entre todos, siéntese a sí mismo-,
la arista deleznable, el leve grano,
que va a saciar, sin que eludirlo pueda,
la actividad de la gigante rueda!
¡Un resorte es, tal vez, de aquella vasta
maravillosa máquina divina,
mas resorte que sufre! ¡Que se gasta,
y que siente su próxima ruina!
¡Ser cuya triste pequeñez contrasta
con su instinto que a lo alto se encamina!
¡Que vive un día en cautiverio infando,
eterna vida y libertad soñando!
¡Vive! ¡en su mente el doloroso drama
llevando de sus propios pensamientos;
conjunto extraño, mísera amalgama
de opuestos y encontrados elementos;
mezcla de sombra y de celeste llama;
antítesis de todos los momentos;
híbrido ser; en medio a cuanto existe,
de la fatalidad víctima triste!
Como el príncipe aquel infortunado
de los extraños cuentos orientales,
que, en su inferior mitad petrificado,
lloraba inmóvil sus eternos males;
a la inerte materia encadenado
el hombre, así, por vínculos fatales,
de las regiones ínfimas del suelo
¡ansioso mira y suspirando el cielo!
Más dichosos, del ángel puro y fuerte
no oprime el barro la sustancia aeria;
la inmóvil planta, el mineral inerte,
son insensible estúpida materia;
siente el bruto los males de su suerte,
¡pero no a su dolor y a su miseria
da una perpetua y céntuple existencia
el cristal refractor de la conciencia!
Sólo él, que se llama el rey egregio
de la vasta creación puesto en la cumbre,
sólo él recibe el alto privilegio
de la razón, con que su noche alumbre;
él tiene el pensamiento, signo regio
que en su frente refulge, interna lumbre,
del Universo misterioso espejo,
y de su propio ser sombra y reflejo.
El sol, de eterna majestad vestido,
que nace en calma allá en el océano,
cuando, como de amor estremecido,
palpita y se alza su cerúleo llano;
cuando bullente mar de oro fundido
su faz semeja; y su vapor liviano
flota en los aires, y escalando el monte,
desvanece el perfil del horizonte;
cuando, en las altas cúspides quebrados,
hieren los dardos de oro las montañas...
y de los hondos valles y collados
el humo se alza ya de las cabañas;
y el distante mugir de los ganados
se oye, y la voz de montes y campañas;
¡y de la tierra la anchurosa escena
de luz, de vida y de rumor se llena!
Los espumosos rápidos torrentes
que, de los montes rudos y sombríos
relumbrando en las ásperas vertientes,
bajan al valle; los sonoros ríos
que, en caprichosos giros refulgentes,
por entre bosques, pueblos y plantíos,
se pierden en confusa lontananza...
¡como un sueño de amor y de esperanza!
La hora augusta, callada y ardorosa
del meridiano universal sosiego,
cuando la Tierra extática reposa
bajo su blanca túnica de fuego...
Las sombras de la tarde misteriosa;
de la campana el clamoroso ruego,
mientras el sol se oculta paso a paso
en las pompas sublimes del ocaso;
Del labrador alegre los cantares,
que, más feliz que próceres y reyes,
de la diurna faena a sus hogares
al paso vuelve de sus tardos bueyes;
las voces de las granjas y lagares;
el tropel y balido de las greyes
que en silencio al redil el pastor guía,
a las vislumbres últimas del día;
Venus que asoma rutilante y pura
del dudoso crepúsculo entre el velo;
la muchedumbre de astros que fulgura
en el profundo cóncavo del cielo,
mientras cubre aún la tierra sombra oscura.
¡Y el alma siente indefinible anhelo
bajo esa inmensa y trémula techumbre
de viva, ardiente y fulgorosa lumbre!
¡La aparición de la triunfante luna
en el azul más claro del vacío,
que con serenos rayos la laguna
argenta y la montaña y selva y río...
La misteriosa oscuridad que aduna
tal vez la noche en su recinto umbrío,
mientras del mar en la tiniebla oculto
¡resuenan los gemidos y el tumulto!...
Las nebulosas noches en que vela
el firmamento sombra vaporosa,
cuando la luna trémula rïela
en la mar alterada y tenebrosa,
y su argentada rutilante estela
sigue el vaivén del onda silenciosa...
¡Y en el alma se eleva, conmovida,
como el recuerdo de otra augusta vida!
¡Las montañas inmobles y severas
que se reflejan en el hondo lago,
cuyo luciente espejo auras ligeras
tan sólo agitan, en amante halago;
sus ondas que en las plácidas riberas
lentas expiran con murmullo vago;
los nevados que elevan a lo lejos
sus cúpulas de fúlgidos reflejos!...
Los azulados pálidos albores
de la aurora en los valles indecisa;
el amante susurro de las flores
que el soplo inclina de la fresca brisa;
de la escondida frente los rumores;
de los cielos la fúlgida sonrisa;
la blanca nube que en su fondo rueda;
la tórtola que gime en la arboleda...
Del panorama espléndido del mundo
cada aspecto magnífico y diverso,
cada acento sonoro o gemebundo
del himno augusto en la creación disperso,
de un sentimiento incógnito y profundo
llenan su corazón; y al universo
estrecha su alma con gigante abrazo,
¡y unirse quiere en perdurable lazo!
¡Perpetuamente contemplar quisiera
de la tierra y los cielos la hermosura;
y, siguiendo en su rápida carrera
a la gloria e inmortal natura,
al revolver de la celeste esfera,
en éxtasis de amor y de ventura,
del éter por las vastas soledades
atravesar con ella las edades!
¡De la ley de la muerte vencedora,
gozar quisiera de inexhausta vida,
sin noche, sin ocaso y sin aurora,
sin término, ni valla, ni medida!
¡Y la infinita sed que la devora
así saciando, al universo unida,
su espíritu fundiéndose en su esencia,
abismarse en la cósmica existencia!...
¡Que es la vasta creación, con los fulgores
de sus eternos astros, con la orquesta
de sus seres, y cantos y rumores...
el coro inmenso, la perpetua fiesta
entre la cual, la humanidad, de flores
marcha ceñida, y a morir dispuesta!
¡Ifigenia inocente y resignada
ante ignota deidad sacrificada!
¡Comprende que es inútil su esperanza!
¡Que -blanco de la cólera tremenda
del destino implacable o la venganza,
o ante su altar propiciatorio ofrenda-,
por fuerza oculta arrebatado avanza
gimiendo el hombre en la terrestre senda,
a cuyo fin le espera silenciosa
la universal y sempiterna fosa!...
¡Oh indecible dolor!... ¡Oh desventura
eterna, inevitable e infinita!
¡Contradicción fatal! ¡Ley de amargura
a nuestra raza mísera prescrita!...
Si por doquier a la infeliz criatura
su propia y triste condición limita,
¿por qué esta sed que nos devora interna
de amor, de vida y venturanza eterna?
¿Por qué esta ansia de espíritu gigante
puesta en un ser efímero y mezquino?
¿Por qué este anhelo inmenso e incesante
de lo eterno, inmortal y lo divino,
si el sueño irrevocable de un instante
sólo es la vida que le dio el destino;
niebla que en el azul del firmamento
veloz agrupa y desvanece el viento?
¡No! Armada de la séptuple coraza
de firme voluntad el alma fuerte,
el golpe esperarás con que amenaza
tu inerme seno la infalible muerte,
¡oh, tú, de Adán desventurada raza,
hija desheredada de la suerte!
¡Y le opondrás la calma y la grandeza
de tu heroica invencible fortaleza!
De la enemiga tribu prisionero
y próximo a sufrir muerte cruenta,
atado al tronco el índico guerrero
las breves horas de su vida cuenta;
inmóvil, silencioso y altanero,
no a sus contrarios apiadar intenta;
su suerte acepta; y de la turba impía
desdeñoso la saña desafía;
en lo pasado engólfase su mente
largo tiempo, al rumor que en la enramada
forma el viento que le habla tristemente
de su selva, su choza y de su amada...
Levanta, alabo, la inclinada frente;
centellante recorre su mirada
de sus verdugos el salvaje coro...
¡y al fin entona un cántico sonoro!
¡Un cántico de muerte y de victoria!
¡Himno a la vez triunfal y plañidero!
Que toda encierra la sangrienta historia
de sus luchas de guerra en el sendero.
¡Apoteosis de su propia gloria!
¡Consolación de su suplicio fiero!
En su labio crispado al fin expira...
¡y el cuerpo entrega a la inflamada pira!
Así ¡oh tú, alma generosa y fuerte
que el soplo alienta de viril potencia!
aceptar debes de la adversa suerte
la injusta cuanto bárbara sentencia;
el aspecto cercano de la muerte
mirarás con estoica indiferencia;
¡y, al morir, sin flaqueza y sin quebranto,
entonarás tu funerario canto!
Y en él dirás: de tus fugaces años,
las luchas, los cuidados y dolores,
incertidumbres, dudas, desengaños...
de la instable fortuna los rigores;
de la callada edad los lentos daños;
de los seres más caros y mejores
la inesperada eterna despedida,
que extingue la mitad de nuestra vida.
De invisibles contrarios el asedio
en la terrestre encarnizada guerra;
la ponzoña letal y sin remedio
que allá en su fondo nuestra copa encierra;
la creciente congoja y hondo tedio
en nuestro triste viaje por la tierra...
¡y aquel amargo y desdeñoso acento,
muriendo, arrojarás al firmamento!
¡Del propio crimen que nosotros, reo
sufriendo atroz suplicio en la alta roca,
no, de Jove, el antiguo Prometeo
con viles ruegos la piedad invoca;
encadenado el torso giganteo,
cerró el silencio del desdén su boca;
mas, sublime, lanzó, con frente enhiesta,
a la eterna justicia su protesta!
¡Sí! que, al morir, elévese a lo menos
el grito de la mísera criatura,
y traspasando los etéreos senos,
allá resuene en la celeste altura;
que en los espacios mudos y serenos
eterno vibre su eco de amargura...
¡y que después deshágase y sucumba,
y en polvo caiga en ignorada tumba!
- Describe los temas principales temas de Noche de dolor en las montañas.
Uno de los temas podría ser la sencillez que le da a las cosas; lo que nos distrae en algún momento y son cosas totalmente sencillas.
- Responde. ¿De qué manera percibe Numa Pompilio Llona el paso del ser humano por la vida?
Al momento de leer el poema trata más de la libertad que se debería de tener, y que a la final siempre terminamos siendo esclavos de algo o alguien, y que al final de nuestros días nuestras son las que nos hunden.
- Infiere cuál es la razón por la que el poeta utiliza signos de exclamación y de interrogación a lo largo del poema.
Numa Pompilio Llona al momento de usar los signos de interrogación o de exclamación quiere lograr darle fuerza o sentimiento a esa parte ya que el poema sea más interesante e impacte más a los lectores.
- Explica el sentido de la última estrofa del poema.
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